De las mil (exactas, yo las conté) dificultades que existen para comenzar un texto narrativo, una que especialmente me atormenta es la de empezarlo. Esa primera frase, palabra, aliento que le espeta al lector un adelanto del porvenir. Todo comienzo debe parecer fortuito y, a la vez, darse aires de cosa épica, importante; debe enganchar de tal modo que se vuelva efímero, para que luego se transforme en recurrencia y necesidad. Recuerdo, cada que el tema me viene a la mente, un ejemplo que me hicieron aprender:
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
Sin ser experto (aunque pretenda serlo algún día), podría dedicarle (y con cuánto gusto) un post entero a esa frase. Para resumir, distingamos algunos elementos, y que cada quien les halle el valor que considere preciso:
- El viajero como símbolo (vive separado del padre y, casi podríamos asegurarlo, de la madre) y personaje (“Vine […]”).
- El destino como punto de partida (podemos imaginar que si va a donde le dicen que vive (vivía) su padre, es para buscarlo).
- El protagonista, hasta donde sabemos, no es quien da título a la obra.
- Comala, típico nombre de pueblo de algún lugar.
- Nótese el uso de “acá”, en lugar de “aquí” (“acá” es menos específico y, en general, suele referir a distancias mayores).
- La modalización (y ambigüedad) respecto al padre: vivía (no sabemos si aún vive, ni donde reside/residía). El uso de la expresión “un tal”.
- El rumor como fuente principal de información.
- El tan genial nombre: Pedro Páramo.
Pero, claro, no todo empieza así. Por eso, propongo la siguiente lista de comienzos posibles:
Desde el principio
Una modalidad muy simple que en lo personal me gusta mucho, pero hay que mantenerla interesante si de verdad se quiere enganchar al lector. Como ejemplo, una fórmula muy básica que no me molesta en lo absoluto:
En el verano del ’43, mientras viajaba por las costas del norte de Latvia, me encontré de nuevo con Hilda Skew, la espía noruega que alguna vez intentó asesinarme.
Sin mucho esfuerzo podemos dar bastante información. En el ejemplo (inventado ad hoc), es fácil hallar un montón de pistas sobre lo que nos espera con el relato: el protagonista anda metido en líos con espías, viaja mucho, posiblemente lleva alguna clase de bitácora de viaje. Yo esperaría, de menos, balazos y persecuciones. Más allá del “érase una vez”, los cuentos infantiles comienzan con esta fórmula; si tienen ilustraciones, es posible que incluso refieran a una ilustración que precede al texto, como ocurre en Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl:
Estos señores tan viejos son el padre y la madre del señor Bucket.
Claro que sin la ilustración, “Estos señores” no tiene mucho sentido; el mundo necesita más libros con dibujitos. Por cierto, Pedro Páramo comienza así. ¿Ven lo genial que es?
Desde el final
Aunque se entiende que cuando se nos narra algo en pasado y primera persona los hechos ya ocurrieron, a veces se hace explícita esta noción:
Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó.
Así comienza El amante, de Marguerite Duras. Lo más seguro es que nos cuente, a lo largo de la novela, quién es el hombre, cómo se conocieron y porqué habría de acercársele (parte de las respuestas las tenemos inmediatamente después del punto, pero me enseñaron a distinguir claramente entre la primera frase y el primer párrafo). Por supuesto, la novela se cuenta en pasado, pero tenemos desde el comienzo un referente de qué tan en pasado, y de las consecuencias de ese pasado en el presente (aunque un presente ambiguo, pues el evento en el edificio público también está en pasado).
En descripción
Es un comienzo muy pausado y, generalmente, poco impactante (a menos que describa algo interesante). La descripción puede ser de una persona, un lugar o una situación.
Aunque no era un hombre corpulento, sus grandes manos hablaban, de inmediato, de una fuerza física excepcional.
En la soledad y la altura, como un Macchu Picchu mexicano, se levanta el centro ceremonial tolteca.
La princesa Michiko permaneció de pie entre los antiguos cedros del bosque Jukai, mirando pacientemente hacia arriba, a través de la espesa canoa de hojas.
El primero es un ejemplo inventado (no hallé ningún texto que empezara así, aunque tampoco busqué mucho); el segundo de “La muerte de Rubén Jaramillo”, de Carlos Fuentes; el tercero de Guardian. Saviors of Kamigawa, de Scott McGough (la traducción es mía). Nótese que una descripción completa requiere más que una frase, pero cómo se introduce a la descripción es importante. El primer ejemplo intenta engancharnos a través de una pequeña contradicción, y de la relación del protagonista (hasta ahora invisible) con el hombre que se describe (aparentemente muy importante, por eso se habla de él antes que de cualquier otra cosa); en el cuento de Fuentes tenemos un referente (Macchu Picchu) y la mezcla de descripción emocional y física (soledad y altura), se espera que ahonde el relato en la altura y la soledad, y que deje su referente (a menos que sea importante hablar constantemente de Macchu Picchu); en el tercer ejemplo, tenemos parte de in medias res (en la próxima entrada lo explico), aunque hay que aclarar que es el tercer libro de una serie, así que uno esperaría que comience donde se quedó el anterior, pero la descripción de un hecho, alguien que observa un bosque, está presente.
El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago, merece mención aparte. Sus primeras páginas son la descripción de un grabado.
Hasta aquí la entrada de hoy, para no alargarla mucho. Otro día pongo los que faltan.